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“Dura lex, sed lex”: ¿Justicia o excusa para la injusticia?

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“Dura lex, sed lex” —la ley es dura, pero es la ley— es una frase que suena elegante y poderosa en boca de abogados y especialistas del derecho. Pero a lo largo de los años, me he dado cuenta de que, muchas veces, es también una forma sofisticada de justificar lo injustificable.

Recientemente, en una entrevista realizada en un medio nacional, esta expresión fue esgrimida como el argumento central para contradecir mi posición sobre un caso que considero profundamente injusto: Playa Palmera. Allí, lejos de buscar equidad o reparación, se impuso una lectura rígida de la ley que favoreció a los más poderosos, dejando desprotegidos a otros mas vulnerables.

Este tipo de razonamiento me transporta a la antigüedad, a la cuna de las leyes, la gran Babilonia. El famoso Código de Hammurabi es uno de los primeros cuerpos legales de la historia, pero también uno de los más desiguales. Si un noble quitaba la vida a un esclavo, recibía apenas una multa. Pero si el esclavo osaba hacer lo mismo, lo esperaba la muerte. Así se aplicaba la ley: con severidad para los débiles y con indulgencia para los poderosos. Dura lex, sed lex.

En la República Dominicana, lamentablemente, seguimos repitiendo esa historia. Casos como Playa Palmera no son excepciones; son reflejo de un sistema donde el poder económico y político muchas veces inclina la balanza de la justicia. Lo vimos también en decisiones recientes donde se han favorecido intereses privados sobre comunidades locales, donde los tecnicismos legales han servido de excusa para aplastar derechos fundamentales.

¿De qué sirve una ley si no puede proteger a los más vulnerables? ¿Qué valor tiene un sistema de justicia que, en nombre de la “dureza de la ley”, permite que se cometan atropellos? Decir “la ley es dura pero es la ley” no debería ser una bandera de orgullo; debería ser una alarma que nos invite a revisar qué tipo de sociedad estamos construyendo.

La verdadera justicia no puede ser ciega al contexto, ni insensible al dolor humano. Aplicar la ley sin equidad es aplicar la ley sin alma. Y una ley sin alma, por más legal que sea, jamás será verdaderamente justa.

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