La compleja guerra civil (estallido político-social) de hoy en Haití tiene muy poca diferencia a lo ocurrido en 1991, 1993 y 2004, la única novedad es que mataron al presidente en vez de derrocarlo y hay un mayor auge de las pandillas, pero la estrategia de “solución” sigue siendo la misma “intervenciones fallidas” porque no han logrado resolver el problema de raíz, al contrario lo han agravado.
Con más de 11 millones de habitantes, Haití es una nación que no encuentra sosiego. Su historia ha estado matizada por una corrupción y saqueo rampante, la inequidad, la pobreza extrema, las calamidades que le han dejado múltiples catástrofes naturales, los secuestros, la inseguridad y el crecimiento de los grupos armados apoyados por sectores políticos y oligarcas del país y el exterior.
Cabe recordar que cada sector político y empresarial ha creado sus propias pandillas y grupos paramilitares, los primeros surgieron durante las dictaduras de 1957 a 1986, encabezadas por François Duvalier y su hijo Jean Claude Duvalier este último heredó el poder, siendo el grupo más temido los “Tonton Macoute”, que según registran los archivos históricos secuestraron, torturaron, asesinaron y desaparecieron a más 60 mil personas.
De ahí en adelante las pandillas paralelas a los estamentos de poder del Estado, han ido en aumento, algunas con financiamiento interno y externo.
Esta mezcla ha sido el caldo de cultivo para los múltiples levantamientos populares motivados por manos internas y externas, que obtienen pingües beneficios fruto del caos.
Indudablemente que esta es una crisis que poco preocupa al mundo, porque tras 220 años de independencia, lamentablemente Haití sigue más pobre y convulsa que nunca.