Poderosos estadistas construyeron lujosas villas en su playa, con spas y piscinas con mosaicos donde podían entregarse a sus deseos más salvajes.
Uno de sus residentes llegó a encargar un ninfeo, una gruta privada rodeada por estatuas de mármol dedicadas en exclusiva a los “placeres terrenales”.
Hace más de 2000 años, Baia era el Las Vegas del Imperio Romano, una ciudad vacacional a unos 30 kilómetros de Nápoles, en la calurosa y picante costa occidental de Italia, que satisfacía los caprichos de los poetas, generales y personas de toda condición que allí recalaban.